Un personaje inolvidable

 

      Samuel Maugeri: lo distinto y lo entrañable

                                              In memoriam

 

Por Juan Carlos Bergonzi

 

   Hoy, 22 de agosto, es el cumpleaños de Samuel Maugeri. No está entre nosotros. Partió hace 15 años  y aún subsiste en el barrio y en la ciudad el recuerdo de su estilo ameno, sensible y  dispuesto a intervenir en una charla entre amigos. Pertenece este señor a los afectos  persistentes, vigentes  a pesar de su ausencia. Se lo tiene presente como un personaje inolvidable, de mucha visibilidad social, con quien compartimos, aventuras, angustias, escasez  y momentos gratos, insuperables.

    Con su particular forma de entender la existencia humana su figura coincidió con nuestros años de crecimiento personal; trabajos, nacimientos de hijos y éxodos a otros sitios en busca de estudios o nuevas oportunidades. Fue testigo silencioso de idas y reencuentros en los tórridos veranos, época que retornábamos al fenómeno  de la llamada temporada de aire, sal  y sol donde  Carhué-Epecuén era  una fiesta.

     Siempre era el primero en registrar al amigo que volvía. Parado en una esquina del barrio, estaba ahí, listo para el   efusivo saludo y presentaciones si correspondía.   No preguntaba   nada si comprobaba algún cambio familiar. Tampoco lo hacía estando a solas. Una discreción envidiable que lo preservaba de comentarios eventuales que le pudieran solicitar.

      Samuel con su nariz prominente,  ojos claros y pequeños, dentadura increíble que lucía en su risa fácil, manos cultivadas en largas sesiones no fue un miembro estándar de la comunidad. Obtenía protagonismo con esfuerzo en  monólogos sobre andanzas en el territorio femenino, anécdotas de viaje con sus hermanos  o agradecimientos a familias que le brindaban contención y afecto.

       Era un distinto que luchó por pertenecer. Tal vez, los que lo rodeábamos no advertimos su entusiasmo por comunicarse, agradar, estar con el otro. Si sentía soledad, la combatía con acciones directas. Amparado  por su padre Vicente y sus hermanos, en especial Daniel, daba cuenta de ese abrigo  con satisfacción, orgullo y humor. Agradecía que su vida cotidiana transcurriera  sin sobresaltos, de manera holgada y sin excesiva necesidad de cumplir obligaciones laborales.

   Integró mesas en bares, clubes;  concurrió los domingos a la Iglesia Evangélica de la avenida San Martín. Para ir al servicio religioso se vestía con su mejor traje y,  con andar cansino,  llegaba con gran porte itálico y se integraba con otros fieles que lo recibían con aprobación. Asistir al oficio dominical era gratificante para su padre quien, con su sabiduría y paciencia, lo guiaba en su vida de hombre distinto.

        Con Daniel, su hermano protector, tenía un vínculo intenso. Era una relación profunda, incondicional, donde siempre hallaba seguridad y la palabra de aliento. Daniel era su referente máximo, más cuando el padre ya no estaba.

         Su interacción social la supo manejar con habilidad. Todos los que lo conocieron registran la impronta de Samuel, sus dichos y sus actos de generosidad. Vale aludir a su trabajo de canillita donde   voceaba el titular de   primera plana desde su bicicleta. Anticipaba la información y estimulaba  la compra del periódico.  

          Nos ha quedado esa imagen de niño-hombre observador, con sus manos unidas por detrás, espalda algo encorvada y sus ojos puestos   con insistencia   en detalles hasta conseguir la preferencial atención del interlocutor.

           Samuel provoca  un recuerdo entrañable de tiempos vividos con la amistad como valor predominante. Nos queda  la percepción de un ser humano noble, inquieto, testarudo, solitario pero con una gran cuota de felicidad que luchaba   por sostener y contagiar. Extrañamos al querido Samuel. 


       

        

 

8 comentarios:

Horacio Deluca 22 de agosto de 2020, 2:45 p.m.  

Hermosa prosa. Hay que tener sensibilidad y ser un agudo observador para captar las cosas simples y plasmarlas con precisión y belleza.

Unknown 22 de agosto de 2020, 6:54 p.m.  

Hermoso Juan Carlos. Snifff...

Unknown 22 de agosto de 2020, 8:44 p.m.  

Muy lindo y emotivo Juan Carlos!

Anónimo 23 de agosto de 2020, 1:19 p.m.  

Adquieren las personalidades en los pueblos muy pequeños, viví en uno de ellos desde mi nacimiento hasta terminar el secundario, unos relieves y texturas tangibles que, por el contrario, se diluyen entre las muchedumbres que conforman las grandes ciudades y en las cuales sus personajes sobresalientes y vecinos destacados, que los hay por supuesto, son conocidos por todos aunque de manera mediatizada. En un pequeño pueblo ocurre algo como si fuese un escenario teatral donde las comedias y tragedias humanas son apreciadas por los pobladores en directo y cada personaje representa su papel en primer plano. En los pequeños pueblos la vida es de una sustancia distinta que se parece mas, por la intimidad que se produce entre los pocos que se conocen mucho, a la realidades noveladas.
Pienso, que como resulta natural en todas las cuestiones humanas, las especiales circunstancias de vida en un pueblo toman formas que se disfrutan, tanto como así como pueden llegar a padecerse pues existen más cercanías y calor humano aunque puede faltar ese aire fresco que, cuando sopla, empuja a la autonomía.

Josefina Crevario 25 de agosto de 2020, 1:40 a.m.  

Juan Carlos se me llenaron los ojos de lágrimas con la descripción y relato tan preciso y amoroso! Se lo recuerda siempre a Samuel!

Unknown 25 de agosto de 2020, 3:47 p.m.  

Juan Carlos leer tu relato me hizo sentir que estaba escuchando buena música, hermosa descripción,te sigo leyendo: Abrazo ERNESTO LILIO PUGNI

Juan Carlos Bergonzi 26 de agosto de 2020, 12:09 p.m.  

Gracias Ernesto. Muy cálido tu comentario Abrazo.

Juan Carlos Bergonzi 29 de agosto de 2020, 2:04 p.m.  

Horacio, gracias por tus palabras.

Somos docentes de la Universidad Nacional del Comahue y escribimos desde el norte de la Patagonia, Argentina.
Investigamos sobre periodismo impreso y digital.

General Roca, Argentina