CARHUE-PUAN
Las bicicletas casi flamantes inspiraron a
dos amigos de la etapa adolescente a embarcarse en un proyecto que, especularon, no ofrecía riesgos. Sólo esfuerzo, resistencia. El
principal objetivo era cumplir el deseo de romper la inercia y hacer algo
nuevo. Ampliar horizontes.*
¿Qué hacer entonces? Los libros de aventuras leídos, el cine que miraban en Cine teatro español y el Gran Sud les sacudían el espíritu juvenil, protegido por el razonamiento de inmortalidad que se tiene en esos años de transición de la condición humana.
El permiso de sus padres estaba otorgado.
Los gastos serían mínimos, la seguridad estaba garantizada. Ellos vivían en una
ciudad donde nadie tocaba lo ajeno. Se devolvía lo encontrado. Dejar la bicicleta sin atar, en cualquier
lugar, era una pauta cultural instalada sin debates. Y así, otras muestras
tales como puertas abiertas, automóviles con las llaves puestas y motor encendido
mientras su propietario hacia un trámite urgente. **
El plan de marcha estaba rodeado de ese
marco de convivencia. Nunca hablaron en los preparativos sobre un eventual ataque o robo. No se
concebía. Era la fuerza de las normas, escritas o no, acatadas sin quejas. El
aire de libertad los impulsó a largarse un domingo en las primeras horas hacia
el objetivo buscado: Puán distante 50 kms.
En esa bella ciudad serrana tenían
algunos conocidos. Los atraía el misterio de los cerros, la producción láctea
y, en fin, ver otra realidad. Salir, tomar aire y gastar la abundancia de
energía física.
Es probable que el mes elegido para
acometer la aventura fuera noviembre. Calor, días con abundante luz solar.
Había que pedalear hasta allá, dar unas
vueltas y emprender el regreso.
La ruta elegida es la que aparece al cruzar la ruta provincial
60 en el acceso a la ciudad. Camino severo, con arena y piedras. Iban alegres, sin infladores, repuestos para
pinchaduras, herramientas básicas. Tal vez pensaban que a ellos, nada les podía
salir mal.
Les faltó la hoja de ruta dentro de lo
que se establece como el plan de viaje. Avanzaron velozmente y, todavía dentro
de la ciudad de salida, saludaron a la mamá de uno de ellos que tempranamente
se dirigía a la parroquia Nuestra Señora de los Desamparados. Levantó una mano
y les dejó una sonrisa. ¿Habrá rezado por ellos? Seguro que sí.
Luego de unos kilómetros de avanzar el
camino les presentaron dos opciones: hacia la derecha o cruzar las vías del
FF.CC. y continuar. Eligieron la primera. El tiempo pasaba y la estación Erize
no aparecía en el horizonte. Habían leído en la entrada de un campo “La
Maravilla”. Siguieron con más énfasis y finalmente se encontraron con una
población en estado de celebración. No era Erize, tampoco Puán. ¿Qué ocurrió? Cierto
desencanto los tocó. Se acercaron a unos jóvenes y preguntaron ¿Dónde estamos,
cómo se llama este pueblo? San Miguel Arcángel, distante 48 kms de Carhué.
Se quedaron unos minutos más y se
enteraron que el clima de fiesta era por el arribo de un obispo a bendecir una
piedra fundacional de un futuro edificio destinado al culto católico.
Intercambiaron algunas informaciones y decidieron regresar a casa.
Esa noche decidieron ir al cine. Durante la
proyección uno de ellos sintió dolores en las piernas pero lo dejó pasar. La narrativa cinematográfica
de Hollywood lo distrajo y finalmente se olvidó de las molestias musculares.
Al domingo siguiente, mejor
asesorados, partieron hacia el objetivo inicial: Puán. Cruzaron los rieles, se aproximaron
a Erize y luego a la pintoresca ciudad
serrana. Allí compartieron la amabilidad y generosidad de la familia de Víctor Diaz
Sánchez; almorzaron y de nuevo retornaron al punto de partida. Felices. Hasta
compitieron con un Ford T cuyo conductor lo incitó a
acompañar su marcha y ganarle en velocidad. No pudieron, el T pudo más.
Esta aventura, ocurrida muchas
décadas atrás resuena en la memoria de los protagonistas. Siempre creyeron que lo
hecho había sido único y novedoso. Es probable que así lo fuera.
No hace muchos años un amigo comentó que él con un compañero hicieron la
ruta caminando. La información
los hizo reflexionar y repasar que la gloria, además de efímera, es opacada por
otra iniciativa impensable. Y es cuando el narcisismo se
desmorona.
*José Alberto Cacho
Intili y el autor de esta nota.
**La
ciudad sigue igual. Es confiable y amable.
3 comentarios:
¡Ah! las sencillas diversiones y pequeñas aventuras que tanto sazón dan a la vida y que en general subestimamos pues, son tan simples. Y sin embargo cuando la realidad en su misteriosa alquimia nos llena de complejidades y las perdemos, cuánto valor toman.
Como ahora ocurre, profesor, que bajo el imperio del virus hemos perdido hasta la posibilidad de vagabundear tranquilos de a pie o en bicicleta y disfrutar distendidos de la naturaleza o, simplemente, ver correr el río.
Anónimo, comparto sus reflexiones. Las salidas perdidas, el andar libremente sin conflictos, todo regresará en algún momento. Tal vez es la hora de reinventarse o concentrarse en algo asequible, al alcance de la mano. Gracias por sus comentarios.
Enrique, te agradezco tus comentarios. El relato, es verdad, moviliza la memoria y viajamos en el tiempo. El espíritu aventurero de esa etapa de la existencia deja marcas y en ocasiones las recordamos con placer.
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