En los actos de campaña el saludo a la distancia con los brazos en alto y las manos tomadas,
reiteraba ese encuentro de un hombre con el pueblo. "Ahora
Alfonsín" y la
muchedumbre contestaba "ahora todos". La placa oval con las iniciales
del candidato sobre los colores celeste y blanco estaba en la retina de un
público exultante, con la esperanza puesta en ese candidato que había
demostrado la mayor capacidad de comunicación política en varias décadas.
Representaba el cambio, el futuro promisorio. "Una
entrada a la vida" como se sugirió uno de los eslóganes con más
apropiación por la masa de electores.
La derrota militar en Malvinas selló
el fin del facto. La puerta a un
porvenir cierto se abría de la mano del máximo dirigente del Movimiento de Renovación
y Cambio de la tradicional Unión Cívica Radical. Desde el 10 de diciembre de
1983, el aglutinante "Ahora Argentina" pretendía dejar atrás rivalidades de la coyuntura electoral.
La unión de todos los argentinos era más que imprescindible
para despegar de un pasado atravesado por muertes, desapariciones,
desarticulación del aparato productivo, fuga de capitales, creciente
endeudamiento privado y público, exilios.
El candidato a ocupar
En 1983 Alfonsín debió competir con el peronismo en una
confrontación abierta, sin proscripciones de partidos o candidatos. Las dos
grandes fuerzas políticas del país iban a definir, con el veredicto de las
urnas, la conducción nacional para los próximos seis años.
El radicalismo había sido desalojado del poder a mitad del
mandato del presidente Illia en 1966. Un golpe de Estado programado con más de
diez meses de anticipación dio paso al reiterativo autoritarismo militar. Se
inauguró la llamada Revolución Argentina que concluyó en 1973 con el ascenso,
por tercera vez, del justicialismo al gobierno de
El gobierno entre 1973-76 dejó una imagen de violencia política, enfrentamientos internos, marcada intolerancia y protagonismo de personajes que la opinión pública llegó a detestar y temer.
El postulante a la presidencia de la Nación, nacido en la
ciudad bonaerense de Chascomús, comprendió como nadie el momento cultural y
comunicacional de la Argentina que surgía de la noche y niebla.
Se apoyó en colaboradores publicitarios con la debida
aclaración de que no serían ellos los que formularían la filosofía o el estilo
de la campaña. Los puntos fundamentales citados en Cómo se hace un presidente de Alberto Borrini dejan en claro la claridad estratégica de
la empresa: "Una buena campaña publicitaria debe ser el reflejo del
candidato, de ninguna manera el candidato el reflejo de una agencia de
publicidad".
El candidato debía "exponer a su agencia, con
detenimiento, su filosofía y su estilo". "Se debe incorporar
profesionales que compartan sus ideas". Se recomendó, también,
"investigar en forma sistemática la opinión pública".
Los alcances de intervención del actor principal y de los
secundarios permitieron acuerdos sobre la desafiante combinación
comunicacional: publicidad política. ¿De qué hubiera servido una estudiada
campaña publicitaria, sin las características del gran comunicador Raúl
Alfonsín? Es probable que de nada. Alfonsín supo interpretar el contexto de
necesidades de la población que estaba harta de soportar censuras,
persecuciones, asesinatos y devaluación de su vida cotidiana, con especial
énfasis desde 1976.
El postulante, Italo A. Luder, un hombre de prestigio
dentro de las filas del justicialismo por su formación intelectual en el campo
del derecho, perdió credibilidad en gran parte de la sociedad nacional. Su
estilo pulcro no se compadecía con el incendio de ataúdes que inexorablemente
se relacionaba con la violencia política a la que nadie quería regresar. Se
deseaba un largo tiempo de paz. De entendimientos y de consensos. El peronismo
no admitió que la
sola invocación mágica del nombre Perón no era suficiente.
En 1983 la
televisión presidía en pantalla a color la sala de los hogares. Los actos, carteles y
pintadas callejeras fueron valiosos, pero no alcanzaron El entorno de Luder
opacaba su figura en cada encuentro o concentración multitudinaria. En este
caso la comunicación se divorciaba de la cultura emergente de la época;
separación no admisible: comunicación y cultura son inseparables.
Alfonsín supo que su adversario contaba con millones de
afiliados. "Un partido político de los más grandes del mundo" se
repitió con sentimiento de triunfo inevitable. El que sería presidente no se
doblegó. Estaba hablando, con su voz agradable y su mirada calma, al corazón de
miles de jóvenes y adultos que querían torcer la frustración colectiva desde
otra concepción de la ética y la práctica política.
Una forma clásica de definir un acto de comunicación es ¿Quién dice qué, en qué canal, a quién y con qué efecto? El hombre de Chascomús tenía una clara percepción de la aplicación justa, humana y precisa del modelo del profesor norteamericano Harold Lasswell. El célebre "paradigma" estuvo incorporado en cada emisión de mensajes por distintos medios al potencial elector.
En el terreno de la retórica aristotélica, Alfonsín siempre
contempló en su discurso la situación en que lo emitía, el tiempo al que se
refería, los fines y, en consecuencia, la actitud del oyente. Comprendió la ecología cultural de la naciente
era posdictadura.
El líder radical decidió entrar en la trama de la conciencia nacional con propuestas beneficiosas para la comunidad toda. No agredía, no denostaba. Inspiraba un cambio colectivo con proyección de político nuevo, diferente. ¿Qué advirtieron los votantes en eslóganes tales como "Sin usted no habrá país". "Afíliese. Para participar, proponer, avalar, determinar. Para tener la posibilidad de elegir. Y de ser elegido" o referirse a "Vivienda. Medidas para que su vida cambie: jubilación, trabajo para todos, salud" ¿Fueron propuestas superadoras en sí mismas o el "quién dice que" confirmó progresivamente aquello de que era el "hombre que hacía falta"? No solo ofrecía una salida electoral sino una entrada a la vida.
Alfonsín sumó a su campaña productos comunicativos sensibles. Algunos hasta las lágrimas como el film La República Perdida Una película sensible e inteligente que rescató lo mejor del peronismo y dejó un sutil mensaje sobre el ocaso de ese movimiento.
Se abría otra
oportunidad sintetizada en la memorable metáfora de la bisagra y la historia.
Era la hora de iniciar algo distinto, sin renegar de lo bueno del pasado.
El candidato utilizó el esplendor de los medios vigentes a
principios de 1980, pero además ejercitó el contacto personal y directo con sus
admiradores y simpatizantes. Hizo promesas, denunció alianzas y pactos que
erizaron la piel. Habló de todo sin ambages: desnutrición, Malvinas,
indexaciones; explicó a las madres su intención de privilegiar la educación por
sobre el servicio militar.
Propuso enfrentar la creciente desocupación. Impuso a su
discurso un tono institucional con las palabras del preámbulo de la
constitucional nacional. Una oración que emocionaba y dejaba asentado el
carácter inclusivo de la propuesta
electoral.
El hombre que hacía falta obtuvo más del 50% de aprobación de los argentinos. No fue una creación publicitaria con contenidos políticos. Fue un eximio político que supo establecer una comunidad de intereses con una sociedad golpeada por el autoritarismo en sus más diversas expresiones e intentos de democratización. Entendió que la empatía es una de las claves en los procesos de comunicación humana y, como demócrata, se inspiró para decirle al pueblo que estaba listo para conducirlo.
Lo escrito en esta nota es conocido. Sólo se propone recordar aquella etapa electoral y la figura del presidente Alfonsín. El modelo comunicativo utilizado fue sorprendente, moderno. Se dio un gran salto en la forma de comunicar el mensaje político. Ocurrió en el ultimo tramo del siglo 20, hace 37 años. Alfonsín triunfó en las elecciones del 30 de octubre y asumió la presidencia de la República el 10 de diciembre para el periodo 1983-1989.
* Álvaro Alsogaray recordado por su famosa frase como ministro de Economía del presidente Frondizi (1958-1962) "Hay que pasar el invierno"
2 comentarios:
Para quienes hemos sido testigos, no puede leerse esta recordacion sin sentir diferentes emociones. Más aún por haber presenciado por vez primera el fenómeno político de una campaña. Sin estar afiliado ni tener simpatía partidaria, un acto con la presencia de RA producía, como bien dice la nota, una carga de energía muy difícil de ignorar. Mi felicitación y agradecimiento al autor por, de alguna manera, invitar a los argentinos a permitirnos recuperar el respeto por la convivencia democrática.
Para quienes hemos sido testigos, no puede leerse esta recordacion sin sentir diferentes emociones. Más aún por haber presenciado por vez primera el fenómeno político de una campaña. Sin estar afiliado ni tener simpatía partidaria, un acto con la presencia de RA producía, como bien dice la nota, una carga de energía muy difícil de ignorar. Mi felicitación y agradecimiento al autor por, de alguna manera, invitar a los argentinos a permitirnos recuperar el respeto por la convivencia democrática.
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