Un soldado de Roca combatió en la Casa Rosada durante los bombardeos
Por Juan Carlos Bergonzi (*)
El 16 de junio de 1955 amaneció con una densa niebla sobre la ciudad de Buenos Aires. Era un día de trabajo normal y, para la ciudadanía, nada hacia prever una tragedia en ciernes.
El ambiente político institucional de la Argentina no pasaba por su mejor momento. Los enfrentamientos callejeros entre partidarios del gobierno de Juan Domingo Perón y sus adversarios eran frecuentes y con visibles signos de violencia.
El desencuentro y el encono estaban en su punto más alto.
Una rara sensación advertía al habitante común de que hechos definitivos podrían producirse y cambiar el rumbo de la República.
Juan Carlos Pereyra al medio día de aquella nublosa jornada, estaba frente a una ametralladora antiaérea. Conscripto de la clase 1934, de la calle Los Andes al 300 del barrio Matadero de Roca, "barrio de los negros, como se lo designaba medio siglo atrás (hoy calle Palacios de barrio norte) el 19 de febrero de 1955 ya estaba incorporado al regimiento de Granaderos a Caballo.
Esta fuerza funciona como escolta y seguridad del presidente de la Nación. Juan Carlos estaba orgulloso de "pertenecer a Granaderos". Significaba un reconocimiento a su capacidad y conformación física. ¿Hace algún deporte? Le preguntaron y la respuesta fue espontánea: si, la pala, el hacha y la barreta.
Los conscriptos de ese cuerpo sentían el prestigio y atractivo que acarreaban ese transito juvenil obligatorio por la unidad militar creada por San Martín. Haber asistido a un acto patrio en la plaza de su ciudad, el 17 de agosto, invitado por el director de la escuela 168 donde fue alumno, lo atesora como un momento grato, perdurable.
Cuando viajó de Roca a Buenos Aires, señala, un hecho policial conmovía la sociedad argentina: el crimen del descuartizador Jorge Eduardo Burgos. La prensa dedicaba notas destacadas a ese caso y se había convertido en un tema de conversación diaria.
De alguna forma, el malestar en la Argentina del segundo gobierno peronista se había mitigado ilusoriamente con el sonado asesinato. Juan Carlos lo registró como un tema de enorme resonancia. A él, como soldado, lo esperaban otros acontecimientos en el invierno. Sus veinte años estaban impregnados por ilusiones y entusiasmo por la vida.
La mañana oscura tiende a disiparse y a las 12,30 un sonido aterrador comienza a escucharse sobre la Plaza de Mayo. Pereyra y otros soldados estaban con sus ametralladoras en una terraza que da hacia la calle Balcarce. Todos pertenecían al escuadrón de armas pesadas de la sección antiaérea.
Los aviones de la Marina y la Aeronáutica comenzaron a efectuar vuelos rasantes sobre el edificio sede del Poder Ejecutivo Nacional. En sucesivas incursiones descargaron bombas y metralla a las fuerzas leales.
Juan Carlos y sus compañeros repelieron con sus armas el ataque y observaron algunas bombas que por fortuna no estallaron. "Eran de color rojo con amarillo y una hizo impacto –sin detonar– en el patio de las Palmeras". "La niebla nos favoreció porque demoró el ataque al igual que la falta de profesionalismo de los sublevados".
La vuelta a aquellos momentos lo lleva a un instante trágico: un compañero es muerto por un franco tirador que disparaba desde un edificio cercano. A medida que el tiempo mejoraba para las acciones de bombardeo el enfrentamiento se profundizó y se extendió en el tiempo. A las cuatro de la tarde, los aviadores cuya intención era "matar a Perón" se enteraron del fracaso golpista y huyen a Uruguay. Allí se entregaron a las autoridades de ese país. Más de 35 aviones operaron con una dotación de tripulantes cercana a los ciento treinta. La tragedia dejó señales de lo ocurrido: muertos y heridos, civiles y militares. Mujeres y niños.
En el ir y venir de los aviones sobre la Casa Rosada, Pereyra recibió un impacto: una esquirla penetró su espalda. Juan Carlos memora esa lesión sin dramatismo. "No fue grave a pesar del fuerte sangrado". No le otorga gran trascendencia a ese minuto que podría haber terminado con su vida. Fue internado en el hospital Cosme Argerich y, pasados unos días, regresó a su escuadrón de armas pesadas. "En Roca creían que me habían matado" comenta y agrega que su padre fue a visitarlo. Un encuentro que lo tiene atesorado con marcado cariño. El padre de Juan Carlos trabajaba en Agua y Energía.
Pereyra es, en la actualidad, un hombre fuerte, con energía y entusiasta con su trabajo. Es un próspero comerciante en un barrio de la ciudad. Reconoce que en el transcurso de su niñez y adolescencia su barrio fue beneficiado por las políticas sociales del peronismo. No omite su adhesión a los postulados del movimiento político surgido el 17 de octubre de 1945.
Después del los sucesos de junio de 1955, el país continuó su marcha inexorable al quiebre institucional. Muchos hombres de los partidos políticos de oposición al llamado "régimen" hicieron saber su disconformidad con el bombardeo y tentativa de destitución violenta del gobierno. Otros le adjudicaron la responsabilidad absoluta a la gestión del presidente Perón. La sociedad civil y militar dividida, enfrentada hasta niveles familiares, no presagiaba un final moderado al ciclo justicialista.
En septiembre de 1955, la guardia en la casa Rosada se acentuó. Se tomaron precauciones extremas. "El ministro de Guerra general Franklin Lucero, evoca, los quería aplastar y Perón dijo que no". ¿Tenían temor? "Si, pero el miedo era relativo, porque debíamos estar".
La secuencia de desencuentros y actos violentos continuó hasta el 16 de septiembre, hace 60 años. Pasada esa fecha y por un breve lapso los granaderos fueron reemplazados por otros soldados en la casa de gobierno.
El general Eduardo Lonardi asumió como presidente de facto. La sublevación antiperonista había concluido. El accionar destituyente se autodenominó "revolución libertadora". Otros vientos de discordia vendrían sobre el país.
Pereyra fue dado de baja el 7 de diciembre de 1955. Su libreta de enrolamiento, dando por cerrado su servicio militar obligatorio, la firmó el mayor Alejandro Agustín Lanusse, jefe del regimiento nombrado por la libertadora.
Un hombre vigoroso, con proyectos, a sus 81 años goza de una salud envidiable. Sin rencores con el pasado tiene presente los días de combate, los intensos acuartelamientos, la incertidumbre, le resuenan como no muy lejanos. Recuerda con emoción a su compañero de armas Juan B. Filippi de Villa Regina, fallecido hace unos meses y a otro ex granadero que vive en el norte del país. Con ellos estuvo comunicado, en contacto frecuente, como amigos entrañables.
Nacido y criado en esta ciudad del Alto Valle de río Negro, es un vecino que asistió desde su juventud al desencuentro de la Nación. Intervino en la defensa de la Casa de Gobierno ante el ataque aéreo de los sublevados al gobierno constitucional.
En una investigación histórica del Archivo Nacional de la Memoria titulado "Bombardeo del 16 de junio de 1955" Juan Carlos Pereyra y su amigo de Villa Regina, Juan Bautista Filippi figuran en una lista nominal de soldados en defensa de la Casa de Gobierno, paginas 177 y 180, año 2010.
Agradece la entrevista y, en la despedida camino a su comercio, dice "por fin alguien se acordó de mí".
(*) Periodista. Profesor en Comunicación Social.
Publicado en el Diario Río Negro, General Roca, Patagonia argentina, 16 de septiembre de 2015. Twittear
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