Hiroshima, mon amour
Por Juan Carlos Bergonzi *
A las 8.15 del 6 de agosto de 1945, la primera bomba nuclear estalló sobre
Hiroshima, Japón. El avión que transportaba la bomba había partido unas ocho horas antes
desde la isla Tinian, en el Pacífico. A
menos de 600 metros
de altura se consumó la explosión atómica y produjo la destrucción de gran
parte del blanco y la muerte de 130 mil habitantes. Otros 70 mil quedaron heridos
y con graves secuelas.
El súper
bombardero B-29 de la Fuerza Aérea
estadounidense llamado “Enola Gay”, nombre de la madre del piloto Paul Tibbets,
giró y se distanció rápidamente del calor y la cegadora luz provocada por la
explosión. Se dice que el copiloto, un joven oficial, habría exclamado “¡Qué hemos hecho, Dios mío!”. Se había concretado
la primera operación militar con armas
nucleares en vísperas del cierre total del conflicto denominado Segunda Guerra Mundial.
Tres días
después, el 9 de agosto, otra bomba de similares características fue arrojada
en la ciudad puerto de Nagasaki. Los
muertos superaron las 80 mil personas.
El Imperio del Sol Naciente, días después, se rendía sin condiciones ante
lo aliados.
Imagen archivo BBC
La mayoría de los pobladores que murieron en el acto de la explosión fueron civiles; una proporción cercana al 15 por ciento de los heridos a los pocos días fallecieron y otros tuvieron que luchar contra la leucemia, distintos cánceres y otras enfermedades. Los efectos de la radiación fueron la causa de estos males. La primera bomba detonada, en Hiroshima, libró una energía aproximada a las 15 mil toneladas de TNT y fue construida en base a uranio. El nombre clave de este artefacto fue “Little boy”. La arrojada a las setenta y dos horas siguientes sobre Nagasaki fue designada como “Fast Man” y utilizó plutonio.
La decisión
de atacar a Japón con estas armas fue del presidente Harry S. Truman sucesor de Franklin D. Roosevelt muerto el 12 de abril de 1945, semanas antes
de la llegada de los aliados a Berlín, el suicidio de Adolf Hitler, la caída
del III Reich y la conclusión de la
guerra en Europa.
El Imperio
de Japón se resistía a la rendición y EE.UU. e Inglaterra estimaban una gran confrontación de carácter
final en el Pacífico que le facilitara el camino a la ocupación del país
oriental. Las dos potencias citadas
habían desarrollado sobre Japón cientos de incursiones aéreas con bombardeos
convencionales. Ni la población y el propio gobierno japonés esperaban el uso
de un arma como las bombas A.
El emperador Hirohito y su gobierno de fuerte
tono militarista y totalitario no supusieron la catástrofe que se avecinaba, a
pesar de las advertencias de sus enemigos expuestas semanas antes.
¿Se pudo
haber evitado el ataque nuclear a estos dos conglomerados urbanos, con mayoría
de población civil? ¿Qué costo hubiera
tenido, en vidas, de japoneses y aliados, principalmente a EE.UU.? Las interrogantes están vigentes desde el mismo y fatal 6 de agosto de
1945. Las respuestas han sido y serán con cierta piedad a favor de los caídos
en la doble agresión nuclear.
El punto
estratégico de las fuerzas
angloamericanas tuvo su sostén en evitar muertes propias en una lucha
tradicional frente a un enemigo dispuesto a todo tipo de sacrificios que, a
pesar de su fracaso militar, no pensaba en una rendición total. Consideraban
esta medida como una humillación y ello
no estaba en los planes del estado mayor de la conducción de la guerra.
La grabación
del mensaje de rendición del emperador Hirohito fue objeto de intentos de interferirla
y destruirla por oficiales militares. En ese hecho hubo muertos, quema de
viviendas y suicidios. Según el
historiador británico Paul Johnson, Hirohito
reconocíó “lo desfavorable de la
evolución de la guerra, no necesariamente ventajosa para Japón y agregaba que “había
que evitar la extinción de la sociedad humana” y Japón “debería sufrir lo insufrible y soportar
lo insoportable”
Johnson sostiene
que “los datos disponibles no sugieren
que habría podido obtenerse la rendición sin el empleo de las bombas A.” Apoya este argumento con los encarnizados combates en Manchuria y “la aproximación al umbral nuclear con
bombardeos convencionales de 10 mil toneladas de TNT”.
Expertos
deducen, entre ellos el profesor E. J. Hobsbawm, que además de atacar a Japón, EE. UU. envía una fuerte señal sobre su tecnología atómica a la súper potencia emergente, la URSS, (Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas). El mundo se asomaba a la bipolaridad. La URSS tendrá su primera bomba
A en 1949 y la carrera nuclear bélica
será una pesadilla hasta la actualidad.
La historia
de la producción de armas nucleares se remonta a 1939 cuando, EE.UU. país
neutral por entonces, un físico de
origen húngaro Leo Szilard visitó a
Einstein para comentarle que los nazis disponían de expertos en fisión nuclear y
que era probable que trabajaran en un proyecto de un arma atómica.
Einstein elevó una carta al presidente
Roosevelt mostrando su preocupación y expresó, el premio Nobel, que “el
elemento uranio puede convertirse en una
importante fuente de energía”. Esa misiva estaba fechada el 2 de agosto de 1939. A los pocos meses se
inicia la marcha hacia la construcción de las bombas bajo el nombre de Proyecto
Manhattan y demandó una inversión de 2.000 millones de dólares. Su director
científico fue el físico Robert Oppenheimer. Intervinieron otros físicos
notables, exiliados del régimen nazi y una enorme masa
crítica local. En 1942 se logró un
resultado significativo: la primera reacción en cadena.
Los efectos
morales y éticos sobre la sociedad humana fueron diversos, críticos. La génesis de la era
nuclear y sus correlatos para la guerra y
eventualmente para la paz dieron origen a comentarios y opiniones en todo el
mundo. En agosto de 1945, “Río Negro” de edición semanal, dedica dos artículos
de tono editorial luego de lo ocurrido
en Hiroshima y Nagasaki. El primero del 16 de agosto titulado ¡Paz! Alude a la
salida de la energía molecular para entrar a la era de la energía atómica y
propone que “esta llave del mundo sirva para el trabajo constructivo y la
búsqueda del progreso”
El 23 de
agosto con “Hora de la solidaridad humana” se refiere al fin de la contienda entre
potencias y el restablecimiento de las relaciones internacionales. Describe el ambiente mundial como de
“soledad, tristeza, que las poblaciones de la Eurasia quemada contemplan
por el crimen colectivo de la guerra…”
La ciudad de
Roca contaba por entonces con unos 7 mil habitantes y a través de su semanario
se informaba de la crisis global. Los
hechos, con su destrucción y muerte se
reflejaban con preocupación en las columnas de medio fundado en 1912. La
planetarización de la información que
llegaría con la era digital en el final del siglo XX tenía, de alguna manera, su anticipación en la comunicación gráfica
valletana con análisis y opinión de esa
actualidad en los estados beligerantes.
La
tragedia nuclear se recuerda hoy a los
70 años de ocurrida. “Hiroshima, mon amour”
título de esta columna se toma de
la película de igual nombre del director francés A. Resnais. En el
film se trata la memoria, el olvido y la apatía por el pasado.
*Periodista.
Profesor en Comunicación Social
Dicta
Seminario Medios, Periodismo y Política.
Fadecs.UNComahue. Argentina
* Publicado en el Río Negro. Argentina.6/08/2015
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