En el Día de la Madre

 

Por Juan Carlos Bergonzi






Mi madre era un ser celestial. Bastaba mirar sus ojos —claros, profundos, serenos— para advertirloPoseía una determinación firme, nacida de la reflexión. En sus palabras, siempre predominaban la razón y la ternura.

Tal vez comprendí tarde la magnitud de sus virtudes. Ella lo supo, con su temple sereno y su amor inquebrantable hacia nosotros, sus hijos.

Nunca la vi cansada. Siempre dispuesta, alegre, luminosa; y solemne, cuando la vida lo requería. Si alguna vez mis palabras se desbordaban, no necesitaba reprenderme: bastaba su mirada, directa y silenciosa, para que el desorden se apagara dentro de mí.

Cuando le confiaba algo, ella escuchaba con calma. En ese silencio lleno de comprensión, encontraba siempre la palabra justa, la que me ayudaba a repensar o a buscar nuevos caminos.

Nunca la vi enferma: siempre activa, dedicada, atenta. No supe valorar entonces su fortaleza.

La recuerdo buscando armonía entre su familia, cercana al dolor y la enfermedad de sus hermanas, sosteniéndolas sin reclamar nada a cambio.

Una tarde, inquieto, le pregunté:
—¿Qué te gustaría que sea cuando sea grande?
Su respuesta aún me acompaña:
—“Que seas feliz”. No respondí. Era un preadolescente que huía de la emoción, pero sus palabras quedaron grabadas en mí como una semilla.

En las noches tibias del verano me enseñaba a mirar las estrellas, y en las tardes, a descubrir figuras en las nubes que ella describía con imaginación encantadora.

No creía en los castigos. Educaba con gestos.
Recuerdo una noche: me pidió que la esperara para volver juntos a casa. No lo hice. Me dejé llevar por el bullicio del cine y la dejé esperándome.

Al regresar, tarde, encendí la luz de mi dormitorio. Sobre la mesa, una nota breve decía: “Honrarás a tu madre.” 

No dormí esa noche. Al día siguiente me saludó como siempre. No me reprochó nada. Y yo no tuve valor para pedir perdón.

Hoy, tantos años después, la siento viva en cada recuerdo.
Madre sabia, generosa, de fe profunda.

Sus palabras aún resuenan, sus ojos aún hablan, su dulzura aún me guía.

Podría decir mucho más, pero hoy, 19 de octubre de 2025, mientras levanto la vista al cielo, me basta con esta inspiración sencilla para recordarla.

Sé que está cerca.
Y sé también que, en su luz, habita su Dios.


 

Somos docentes de la Universidad Nacional del Comahue y escribimos desde el norte de la Patagonia, Argentina.
Investigamos sobre periodismo impreso y digital.

General Roca, Argentina