Comunicación, pertenencia e identidad *
En 2006 se inauguró un monumento a la manzana en la ciudad de General Roca, provincia de Río Negro. Argentina. Por ese entonces la ciudad vivía una época de cambios urbanos, culturales y económicos. Presidía la administración municipal Carlos Soria (2003-2011). Titular del poder ejecutivo provincial lo desempeñaba Miguel Saiz (2003-2011) y la presidencia de la Nación era conducida por Néstor Kirchner (2003-2007).
Dentro de las transformaciones urbanas en la ciudad se destaca la inauguración del simbólico monumento a la manzana en febrero de 2007.
El 1º de septiembre del mismo año, el diario Rio Negro dedicó un artículo en un suplemento dedicado al aniversario de la ciudad.
Por juan Carlos Bergonzi
El símbolo que ratifica la
vinculación no excluyente de una fruta milenaria con una sociedad que vive de
ella. También sugiere una vuelta de la ciudad al centro del esfuerzo productivo
que caracteriza al Alto Valle.
El monumento a la manzana en Roca quiebra con
las formas conocidas de representar algo en un punto de la ciudad. Tal vez lo
más arriesgado que conlleva es proponer simbolizar el fruto de la tierra que posibilita trabajo y progreso a tantos
habitantes de este espacio urbano y rural con la fundación señalada en
1879.
La construcción del símbolo-homenaje fue gradual y atravesó instancias que
permitieron la observación directa de la secuencia del armado, que cerró con la
inauguración compartida por miles de vecinos en una cálida noche de febrero.
En el tiempo constructivo fue donde comenzó
la apropiación de la obra por los pobladores: se advirtió, desde su misma
génesis un interés que trascendía la sorpresa o la curiosidad sobre qué forma
tendría su resolución. Una incógnita que, despejada, acarreó aprobación en la
mayoría y desestimaciones en otros que no reconocieron la combinación de la
base - la flor- , el eje y los brazos que se elevan; el agua, los
irrigadores laterales –álamos- que la circundan. Los colores rojo y verde
proyectados desde la fuente hacia la brillante estructura de acero
inoxidable. O los efectos que sobre su figura provoca el sol en los atardeceres
valletanos.
La subjetividad es inherente al sujeto pensante y por suerte aún se puede
manifestar. En este caso, el objeto de análisis admite las diferencias de
gustos estéticos y la representación que pretende encarnar es, desde la
creación artística, un símbolo que afirma y ratifica la vinculación -no
excluyente- de una fruta milenaria con una sociedad que, mayoritariamente, gira
en torno a su cuidadoso cultivo.
Erigido en la intersección de la avenida Roca y el paseo del Canalito sugiere
la vuelta de la ciudad al centro del esfuerzo productivo del Alto Valle.
Resignifica el valor del trabajo de hombres y mujeres con la fruta y de los galpones, pequeños
chacareros y grandes productores. De todas las personas que integran la enorme
red que es la fruticultura.
En este caso la simbología trasciende ciertas reglas de clasificación económica.
Unifica y reconoce. Agrupa y provoca el acercamiento al fortalecer las débiles
señales identitarias que la frivolidad tiende a eclipsar.
¿Es reduccionista admitir una sola expresión como arquetipo de lo que ocurre y expone
la urdimbre del cuerpo social de Roca? Sería poco virtuoso no aceptar esa
legítima inquietud. Pero, como un hecho claro de comunicación y cultura, la
obra del arquitecto reginense Martín Frullani, expone con visibles soportes de
calidad, la vieja y persistente interacción del hombre con la tierra. De
hombres y mujeres con su cultura.
Los roquenses, por acción o no, están emparentados con este fruto, mítico,
delicado, selecto, suave; de aroma inconfundible. Está incorporado a la
intimidad de sus cosas más preciadas.
El monumento, con su bello diseño, así lo define y sintetiza.
*Publicado por el Río Negro el 1º de septiembre de 2006. General Roca, Rio Negro. Argentina
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