CHATARRA Y CONVIVENCIA
EL vecino no lo dudó un instante. En la calle de su tranquilo barrio podía hacer el cambio del viejo y deteriorado silenciador de su automóvil por uno recién comprado. Su máquina ya no retumbaría más.
Nadie se quejaría de amaneceres ruidosos o noches silenciosas quebrantadas por el ronquido de su sólido motor. Un elemento menos de contaminación sonora.
Ducho con las herramientas, procedió a la sustitución. El sonido del impulsor fue música para sus oídos. Se sintió bien, satisfecho.
El cansado artefacto quedó casi recostado sobre la azulada columna de alumbrado, un detalle que no advirtió o no le interesó, tal vez.
No hay cosa más peligrosa para niños y adultos que encontrarse con un trozo de chapa oxidado, hiriente, por donde se camina.
La convivencia con la chatarra arrojada al
descuido no encaja. En este caso se solucionaba con una bolsa y su depósito en el correspondiente contenedor de residuos más cercano.
Una tarea que no encaja, tampoco, con la desidia de algunos o el abandono de otros. Una pena.
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