Tomás
Francisco Sarriés
Por Juan Carlos Bergonzi
Por Juan Carlos Bergonzi
En medio de
la pandemia de Covid-19 suelen llegar recomendaciones para enfrentar el
aislamiento. Una es la bibliográfica.
El libro como recurso para acometer la soledad, el aburrimiento, la convivencia
o, tal vez, intentar ingresar al campo fértil de pensamientos distantes de la
calamidad que acosa al planeta. Algunos títulos me conectaron con
mi juvenil concurrencia a la Biblioteca Popular de Carhué, en las décadas de
1950 y 1960. Comenté el tema con un carhuense radicado en Resistencia, un poco menos antiguo que yo en
el valle de los años, coincidimos
en recordar a un personaje inolvidable para los que observamos
su labor, empeño y convicción como
responsable de ese lugar donde se guardan libros correctamente clasificados,
codificados y ordenados.
Tomás Francisco Sarriés (Toto) por varios años se dedicó al
silencioso y decisivo trabajo de incorporar lectores. Por ese entonces
estudiaba abogacía y una circunstancia personal lo regresó a Carhué. Contratado
en la biblioteca no se detuvo hasta
convertirla en un centro de intercambios entre los que se iniciaban en
visitar la casa y los consuetudinarios
asociados que se llevaban, en
préstamo, un libro por dos semanas.
La persistencia y amabilidad en comentar
novelas, cuentos, biografías, textos ejemplares sobre historia nacional e
internacional con adolescentes,
dispuestos a establecer un vínculo con el objeto libro, fue el estilo
que impregnó a su actividad. Sin pausa y con un cariño especial la marcha de seducir a la práctica de la
lectura no se detuvo por años. Cómo no
adherirse si su pasión por lo que hacía quebraba la inercia de niños y
jóvenes por leer, no ya como obligación
estudiantil, más bien como un hábito a incorporar en el recorrido hacia el
conocimiento aventuras, leyendas, historias de grandes
hombres y mujeres, conflictos, poesía… ficción.
El deseo soñado de viajar.
Con
amplia cultura general deslumbraba con sus saberes y transmitía entusiasmo frente a esa
práctica tan sugerida por maestros y
profesores. Mi amigo carhuense, José Marcos Galone radicado en el Chaco, memora sus charlas
“con el siempre ocupado bibliotecario que disponía de un tiempo para todos. De
hablar pausado, sus recomendaciones eran tesoros porque nos abría las puertas a
esos mundos que comenzamos a explorar desde la niñez, mundos que nada ni nadie
pueden descubrir sino con un buen libro”.
Este
querido y olvidado bibliotecario no se
permitió treguas. En la primavera de uno
de aquellos años convocó a los lectores, a comentar el libro que estaban leyendo
o concluido. Así fue que se iniciaron encuentros literarios. La biblioteca de Carhué se convertía, como dijera el escritor Isaac
Asimov, en una nave espacial que te llevaba a sitios ignotos.
La reunión
inicial contó con la participación
Daniel Maugeri quien, sin tapujos, advirtió “comentaré la parte que tengo leída”.
Luego se explayó sobre La Importancia de
Vivir de un escritor y filósofo
chino, Lin Yutang. El disertante no dejaba de manifestar su sorpresa por lo
encontrado en ese volumen y conmovió a los asistentes con interrogantes y reflexiones surgidas de
la sabiduría del autor con una dominante:
¿Qué es la felicidad? Al final, las
preguntas surgieron y recuerdo a varios adultos mayores explayarse sobre lo
comentado por Daniel.
La secuencia, no taxativa, de exposiciones, siempre con gran número de
oyentes, trajo a la mesa a una joven estudiante del bachillerato: Olga “Miche”
Corbalán. A Tomás Francisco le había demandado
mucha tarea de persuasión convencerla de enfrentar un auditorio con una
conversación amena sobre un libro. Cuando Olga Corbalán se lanzó a hablar de El oro de sus cuerpos de Charles
Gorgham sus ojos se encendieron y
maravilló a todo el mundo. Se trataba de la vida del pintor Paul Gauguin. Lo
trascendente de destacar era su enorme alegría por haber concretado su charla.
Para quien esto escribe el mundo de los pintores impresionistas y
posimpresionistas fue una ventana que se
abrió para ampliar la precaria información sobre el tema.
La tercera y última reunión que registro saltó
del marco literario y se ubicó en el análisis del deporte más popular: El fútbol. El expositor fue alguien muy
joven, también estudiante del bachillerato en el Colegio Nacional y Comercial
Anexo como se lo denominaba. Eduardo Carranza dejó perplejos al aumentado
auditorio de la Biblioteca. En realidad
hizo, lo que se llamaría en la escritura, un ensayo. Con gran solvencia y
prestancia formuló argumentos sólidos sobre el deporte, sus reglas, las
competencias, los clubes y una cantidad de enunciaciones para entender el
fútbol como fenómeno deportivo de masas. Muy grande fue la aprobación y
llovieron las preguntas.
Esta recordación de Tomás Francisco, responsable
de la Biblioteca Popular Adolfo Alsina de Carhué, en el rol de bibliotecario, no
excluye a cientos de personas que a lo largo de más de un siglo han sostenido y
apoyan ese espacio vital, imprescindible para la ciudad. Un lugar que
José Marcos Galone grafica: “tengo imágenes muy claras. Recuerdo
cuando entré por primera vez a la biblioteca, me
pareció inmensa, nunca había visto algo así…”
Lo comentado sobre Tomás Francisco Sarriés (Toto)
es un paréntesis en la extensa
trayectoria de esa institución. Un lapso
acotado. Son escenas talladas en la memoria de un testigo que tuvo el
privilegio de estar, junto a otros amigos, en ese clima creativo, novedoso, de inspiración... Un
recuerdo con gratitud.
Tal vez sean las grandes crisis las que ayudan
a no olvidar a los que sirvieron con vocación superlativa al bien común. Sin
ningún otro interés.
8 comentarios:
Que lindo recuerdo Juanca! Abrazo
Dime tu nombre.igual gracias
Muy bueno JuaN Carlos! Bruno Maugeri
Uso el Twitter de Cristina. Que hermoso recuerdo!!
No participe de esas reuniones pero conocí a todos los actores. Enrique Cattáneo
Hermoso artículo Juan Carlos!
Muy valiosas y humanas las anécdotas y entrañables los personajes.
Un viaje en el tiempo, no solo para los carhuenses.
Abrazos desde Málaga (ES)
Muy buen artículo! Me trae muy buenos recuerdos de la biblioteca de mi pueblo.
Cariñosa redacción, queremos leer más! Abrazo pueblerino.
Juan Carlos. Te hablaba de la sensibilidad flotando en la superficie, por estos días pandémicos. Tu recuerdo me llevó a aquel maestro/a entrañable, que todos guardamos en nuestra memoria. La mía tiene forma de mujer. Bajita, 1.55. Yo tenía 6 años y monedas, venía del campo a 6 kilómetros de la escuela urbana. Mis viejos me llevaban en sulky, o mi hermano con un caballo chueco,"el petiso". Mi madre, de ascendencia croata, llegó hasta 3er. grado, pero sabía, intuitivamente, que el conocimiento podría ayudarte a transitar la vida. Era invierno, era una mezcla de llovizna y lluvia, la que nos mortificaba, y nos habíamos atrasado. La puntualidad, y la asistencia a la escuela pública, obviamente eran normas inflexibles para doña Gregoria Plencovich. Una digresión, antes de ir a lo sustancial. Habré faltado, tres días en total, desde el primer grado, hasta quinto del Secundario, en que me recibí de Perito Mercantil. La anécdota que recuerdo, tibia en mi memoria es esta. Llegué a la querida escuela fiscal nro. 208, cerca de las 14 horas. El horario de inicio era 13 ó 13.15. Mi mamá me dejó en la puerta del aula. Con temor, ante el eventual reto por la tardanza y con la timidez de "gringuito" (sin campo) de seis años,ingresé... Cuando veía venir el sermón, Iris Ochoa de Minetti, se arrimó, me abrazó, y me llevó hasta la estufa, para que me repusiera del frío que me taladraba. Ese gesto de amor, me hizo ser menos resentido en la vida. Aprendí en la práctica la solidaridad, y comprendí que si la escuela era el segundo hogar, la maestra petisita, a la postre mamá de uno de mis buenos amigos (Nené), Iris, insisto, se convirtió en esa fría y lluvioaa tarde de invierno, en mi segunda mamá.
Publicar un comentario