Significar: representar, valer, tener importancia.
Hacerse notar o distinguirse por alguna cualidad o circunstancia.
Hacerse notar o distinguirse por alguna cualidad o circunstancia.
Las elecciones del domingo 24 de junio ratificaron presunciones surgidas de las mediciones de opinión. El caso que sorprendió fue el de la provincia más austral. Un analista, sin conocimiento de la trama social y política de la Argentina, podría ofrecer una explicación basada en modelos de izquierdas o derechas.
¿Es pertinente la mirada bajo la comodidad del reduccionismo derecha e izquierda? Las conclusiones llevan a revisar universos complejos integrados por la comunicación y la cultura. Además, claro está, por los componentes surgidos de la historia política nacional de más de medio siglo.
Las campañas políticas frente a los recientes actos cívicos fueron propuestas comunicativas sustentadas en elaboradas estrategias. No obstante la visible carencia de ideas y debate, se construyeron dos percepciones de cómo dirigirse al electorado. Una con un lenguaje que sugirió ver y juzgar por el lado más desfavorable al adversario, con hincapié en el pasado noventista. La segunda delineó sus mensajes por la vía de lo inmediato, sin referirse ni responder al opositor y con una batería de temas acotados.
Ambas llegaron a la subjetividad del elector con definiciones contrapuestas sobre qué hacer: unos advirtieron acerca de que el infierno eran los otros, prestar cuidada atención a la conducta del domingo, a lo que se puede perder. Otros, no hablaron del fuego eterno, se asentaron en la cotidianeidad citadina. Unos con gesto adusto y afectos a la reconvención. Los otros con rostros distendidos y lenguaje vecinal.
Revisar lo anterior
La campaña comunicativa para elegir un nuevo jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires registra, entre muchos, un antecedente que, sin simetrías posibles, se reiteró. Durante la restauración democrática de 1983 la fuerza política, luego triunfante, apeló a la fortaleza de lo hecho por su clásico contrincante. Reconoció, más allá del efímero y turbulento período 1973-76, el avance de las conquistas sociales y la mejor distribución de la riqueza.
La campaña comunicativa para elegir un nuevo jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires registra, entre muchos, un antecedente que, sin simetrías posibles, se reiteró. Durante la restauración democrática de 1983 la fuerza política, luego triunfante, apeló a la fortaleza de lo hecho por su clásico contrincante. Reconoció, más allá del efímero y turbulento período 1973-76, el avance de las conquistas sociales y la mejor distribución de la riqueza.
El partido centenario no quitó méritos ni devaluó sus logros. Respetó a los militantes y simpatizantes. Desde ese umbral expuso con claridad la necesidad de iniciar otra etapa en la vida nacional. La renaciente democracia merecía un nuevo estatuto para afirmarla.
Los surgidos con el movimiento de mediados del siglo XX regresaron a la tiza y el carbón. La creatividad comunicativa, los cambios globales y los ocurridos en la conciencia colectiva se anotaron en la agenda. La sola mención de la marca partidaria y el sonoro apellido del fundador serían suficientes. Somos imbatibles desde 1946 ¿Por qué en octubre de 1983 será distinto? No se modificaron ni contenidos discursivos ni prácticas de calle, no hubo propuestas superadoras.
En aquellos meses de ilusiones y esperanzas, lo simbólico y lo manifiesto prepararon al ciudadano para la urna. Unos comprendieron el momento, las circunstancias; los otros creyeron en los remanentes favorables de glorias heredadas. Ratificaron la soberbia de los incorregibles con episodios que aún resuenan como decisorios que orientaron el sufragio.
Resignificar sin pausa
La elección, en segunda vuelta del domingo 24 de junio, la ganó el actual jefe electo de la ciudad porteña con apoyo generoso del oficialismo. Las dudas sobre el candidato opositor fueron despejadas por la ola resignificante desde la cúspide del poder.
Las primeras figuras del elenco gobernante confundieron los contextos, las formas y el uso del espacio público. Sin ideas ni doctrina el discurso provocó rechazo, cansancio. La empatía no integró el corpus discursivo.
La trayectoria de la comunicación y la cultura, en las campañas electorales de Argentina, no se consultó. El poder desgasta y consume. Induce a fantasías. Conduce a equívocos, más cuando la mirada es siempre coyuntural.
Detentar el poder no es todo cuando el pueblo elige. Por más que se crea que, en ese pueblo, no haya la suficiente cantidad de pensantes, como razonó el postulante perdidoso.
Por Juan Carlos Bergonzi
Profesor investigador en Comunicación Social
Facultad de Derecho y Ciencias Sociales. UNComahue. Argentina.
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Profesor investigador en Comunicación Social
Facultad de Derecho y Ciencias Sociales. UNComahue. Argentina.
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